jueves, 11 de abril de 2013


A veces era tan fácil como respirar, como perderse entre tu pelo o como estremecerme con uno de tus suspiros. Era natural, instintivo, casi como un acto reflejo.
¿Sabes? Me gustaba ver fluir tus dedos en mi espalda y tu boca por mi pecho, pero quizás ese no era mi destino, ni la historia que me tocaba escribir, ni los labios que estaba destinada a besar. Pero que le den a mi destino porque no me habría importado condenar un pedazo de mi vida por otro amanecer a tu lado. Que no exagero cuando digo que el sol ya no brilla igual, que la lluvia no me susurra como antes y que el verano se me hace infinitamente más frío si no estás a mi lado. Desde entonces, desde ti, ninguna otra voz me ha erizado la piel, ni nadie me ha arrancado una lágrima de alegría.
Posiblemente tenga que acostumbrarme a vivir sin ti, sin cada momento, sin cada gesto que te hacía especial, pero hasta entonces... ¿Qué hago con todas estas ganas de quererte?